EL GIRASOL
Ya había pasado el duro Invierno.
Cuando llegó la Primavera y comenzó a calentarse la madriguera, los topillos, que son unos ratoncitos del campo, se largaron en busca de aventuras y de nueva comida.
No se dieron cuenta de que, en un agujero dentro de la cueva, dejaban abandonada una semilla insignificante.
El calorcillo primaveral también consiguió que toda la vegetación se pusiera en marcha y la pradera se llenara de miles de plantas preciosísimas.
Había margaritas, violetas…. amapolas… y muchas más.
La plantita solitaria comenzó a germinar.
Le salieron unas raíces, que se agarraron fuertemente a la tierra para chupar de ella todo su alimento.
Pero era tan dura la tierra que había sobre la hura de los topillos, que no podía romper la espesa capa de suelo que la cubría.
La plantita crecía y crecía dentro de la madriguera.
Como no podía estirarse tenía el tallo enorme y retorcido.
Estaba triste porque sus amigas, las otras semillas, ya se habrían convertido en plantas con flores de todos los colores.
¡Y ella sin nacer todavía!
Hasta que un día llegó la lluvia salvadora.
El agua se fue introduciendo por la tierra y la convirtió en esponjosa.
Entonces, la planta consiguió romper el suelo y brotar con mucha fuerza.
¡¡¡Plof!!!
Y surgió hacia el cielo como un surtidor de vida verde.
El tallo, que estaba encogido en el interior de la cueva, se estiró de repente, como un resorte.
¡Se había convertido en la más alta de todas las plantas!
Las personas le pusieron de nombre, Gigantea, porque era la giganta de la pradera.
Al cabo de unos días le salió un capullo grandote, que sobresalía sobre todas las flores.
Como había vivido tantísimo tiempo a oscuras en la madriguera de los topillos, necesitaba más que ninguna el calor del Sol porque estaba muy débil.
Con su capullo, todavía cerrado, buscaba sus rayos para sentirse acariciada y reconfortada.
El Sol se había dado cuenta de su presencia y de que su cabecita le buscaba durante todo el día.
Decidió hacerle un hermoso regalo.
Cuando la Gigantea abrió sus pétalos, éstos aparecieron dorados y bellos como los rayos del Sol.
El Sol , al verla tan hermosa, se enamoró de la Gigantea.
Y la Gigantea se enamoró del Sol.
Y, desde entonces, el Sol y la Gigantea se miran continuamente .
Como el Sol se traslada de Este a Oeste por el cielo, y la Gigantea no puede moverse porque tiene sus raíces en la tierra, gira hacia él siguiéndole con su corola luminosa.
Los humanos, al ver cómo giraba la Gigantea mirando al Sol, la cambiaron de nombre y , desde entonces, se llamó GIRASOL.
Y, colorín colorado
El cuento de los girasoles
Se ha terminado.
Bilbao, 9-8-007