¿Lloras, Moriana, con pena,
por tu marido cristiano
mientras duerme en tu regazo
la cabeza venturosa
de Galván enamorado,
después de que otra ciudad
a tu nombre ha traspasado
porque por una vez más
a las damas le has ganado?
¿O lloras porque en Castilla
con un viejo te casaron,
y tu recato te impide
romper vínculo sagrado
y entregarte al gentil moro
caballero y educado
que besa tu mano blanca
si es él el aventajado?
Cuando Galván se despierte
por tus lágrimas mojado
y te pregunte si quieres
ser mora, para aceptarlo,
no pienses en ese esposo
sucio, rancio y despeinado
que te encierra en el castillo
por el foso circundado
y te rodea de dueñas
que te observan con cuidado
para que al llegar la noche
cumplas con lo demandado;
que dejó que te raptaran
por sentirse autorizado
para poder guerrear
con los moros a caballo;
sin saber que lo que hacías
era huir de sus cuidados,
pasando desde una cárcel
a un jardín engalanado.
¿Y ahora vienes con remilgos
de corazón abrumado?
Deja que tu cuerpo hermoso
se complazca en sus halagos
ofreciéndole tus pechos,
deleitándote en sus brazos.
Y disfruta tú, Moriana,
que te lo tienes ganado,
besando sus labios rojos
cuando él te esté besando;
gozando así de su cuerpo
mientras él te está gozando,
regalándole el cariño
que tenías enclaustrado
y asomó por la ventana
cuando Galván lo ha mirado
cruzándose vuestros ojos
que se quedaron prendados.
Y no dudes de que Dios
no es ni moro ni cristiano,
que en todas las religiones
tiene un único mandato:
el amor es lo que vale,
no el impuesto ni obligado
sino el que sale del alma
y del cuerpo, mano a mano.
Déjate ya de simplezas,
pensando si estás faltando;
que quien peca por amor
a Dios tiene de su lado.
14-2-2018