Cuántas “Doña Inés” tenemos
que se dejan agraviar
por el hombre que jura amarlas
sin saber
que son prenda de una apuesta
con su orgullo.
Y aunque las hieran,
las ultrajen,
descalabren
o las maten de dolor
no denuncian
ni revelan su temor
porque siguen enamoradas.
Cada vez que el embaucador
de su don Juan
las mira a los ojos
y las llama “ángel de amor”,
piensan que le han recuperado,
que el viento
vuelve a tener armonía
y que trina el ruiseñor
No seas ingenua, paloma mía,
ni cándida, ni pueril.
Mira a tus plantas
el corazón de un traidor
que te dará una paliza,
que ya no respira amor
Sé mujer fuerte y bravía
y no novicia infantil;
olvídate del secreto
de su seducción mortal
al decir que te quería.
No implores ni compadezcas
que ya la luna no brilla
en tan apartada orilla.
Doña Inés del alma mía.