Ave María Purísima, le dice
el Magistral a Ana, la Regenta
rendido por su amor, y se presenta
humilde a confesar, que le inmunice
del freno clerical, que inmovilice
su locura, que el corazón calienta
arrebatado por atroz tormenta,
y la sotana no se escandalice.
Curándose del mal que la acongoja,
Ana Ozores le absuelve complaciente
y olvidando sus penas, se despoja
del lastre del marido: de repente
abandona Vetusta y pasa hoja
de la Ciudad la Iglesia el Regente