Como a una caracola
lo escupieron las olas
a la orilla de la mar.
Con sus zapatitos negros.
Y ya huía
con solo tres años,
amenazado por la guerra y el hambre,
que son las malas yerbas
que siembran las potencias
en terreno abonado
para vender sus armas
a los más indefensos,
enzarzándolos contra su hermano
que es el enemigo
más feroz.
El escorzo de sus zapatos de velcro
llenos de esperanza reluciente,
preparados para caminar leguas y leguas
hasta conseguir llegar
no importa a dónde,
nos ha escupido en el rostro
a todos aquellos
que paseamos alegremente,
ignorando al exiliado
que acecha nuestro descuido
para esconderse.
Y el invasor ha llegado ya cadáver
besando la arena de la playa,
con la carita cubierta de espuma,
tres años
y zapatos nuevos,
para darnos una patada en la conciencia
desnuda de memoria,
que ha olvidado
al bisabuelo que llegó a ésta
que llamamos nuestra orilla,
también huyendo
y descalzo.
4-9-2015