OTOÑO EN LOS CAMPOS GÓTICOS
El libro se me cae de entre las manos
al cruzar Tierra de Campos en la tarde de otoño;
mis ojos se rebelan a leer
ni pensar lo que otro se imagina,
cuando tras el cristal de la voraz ventana del autobús
se me ofrece
una auténtica escena vespertina
plena de movimiento y luz,
entreverada de cielo y tierra en el ocaso,
esparciendo mil lágrimas doradas,
escapadas del chopo,
o de plata brillante desde el álamo blanco.
Fotografío, como una impresionista,
este momento fugaz de la puesta de sol
distinto del de ayer y de mañana
cuando la hoja del árbol, que ahora vuela
llena de resplandores,
yazga pálida y fruncida en la autopista;
pacas de paja adornando el barbecho
donde las últimas lluvias han hecho renacer
enanos girasoles a destiempo,
a la sombra del palomar redondo
alargada por el último rayo,
que busca el día siguiente
sin loma que lo esconda hasta la noche;
el halo verde, en las puntas de encaje del plantío,
negándose a morir,
es reclamo para estorninos bullangueros
buscando alugamiento,
mientras las palomas se mecen a la comba
de los cables eléctricos
sostenidos por airosas peinetas de cemento
en medio de los surcos, que el arado ha marcado
alisando las crenchas paralelas
de la melena rubia
del campo castellano.
Escucho a Lucifer, junto a mi oído,
ofreciéndome
cuanta belleza abarque mi mirada.
Y le vendo mi alma.
Autobús León- Burgos 14-10-2015
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