Tan solo han transcurrido veinte años
y el libro que leí, ayer proscrito,
me parece vulgar y mal escrito
convertido de amigo en un extraño.
Me acabo de llevar un desengaño
buscando entre sus letras aquel grito
que enardeció mi juventud: un mito
dormido en su caverna de ermitaño.
Si el libro es inmutable, ¿quién ha sido
el que alteró las comas con malicia
cambiando su lectura de sentido?
Yo no acuso al autor de tal pericia
sino al tiempo, mostrándolo torcido
al poner en mi alma la presbicia.
15-9-2012