A MARGOT, QUE HA NACIDO HOY A LA LUZ
9-5-2013
El único juguete
que todos poseemos,
– del negro al esquimal-
es el rayo que luz
que persiguen los niños con sus ojos intactos
abiertos a la vida
que buscan el saber y quieren agarrarse
a todo lo que existe antes que ellos.
El niño convierte su mirada escrutadora
en ese primer juego,
en ese ir y venir de la luz
que lo es todo
en el universo.
La luz es algo externo a él,
algo que no estaba en el vientre materno,
algo que puede hallarse y perderse
y se puede esconder
y aparecer de nuevo más brillante
si cabe.
El niño se sonríe con este juego
y comienza a pensar por vez primera
en trampear al sol,
llegar antes al rincón oscuro de la sala
y hacer suyo al lucero
para siempre.
La luz configura el espíritu
del niño nuevo
y la aureola del rayo
que envuelve todos los objetos
va llenando su mente de imágenes inéditas
unidas al vocablo
que le coloca un mensaje a cada cosa.
Y por su cerebro
comienzan a triscar los cabritillos,
subir al arco iris de los cielos,
pedir la muñeca de trapo
o quejarse luego
de haberse caído de la cama;
hacerse notar, pedir ayuda,
y bromear con el abuelo
que le enseña picardías.
En este regocijo de palabras,
están inmersos todos los juegos;
porque para disfrutar
no se necesita más juguete
que el pensamiento.
Ya pueden faltar la pelota
y la nintendo:
mientras el niño posea
la idea y el concepto
seguirá gozando,
seguirá aprendiendo;
sabrá distinguir la alegría
de la pena, el entusiasmo
del aburrimiento,
el amor del odio,
la osadía del miedo.
Cuando sea viejo,
y , tal vez, ya la luz ni le llegue a los ojos
ni le importen las formas
y pueda prescindir
de los objetos
porque guarda de todos sus imagenes
unidas al nombre
puesto por Adán primero,
cuando domine el verbo
y lo haya desprovisto de materia,
las palabras -ni siquiera dichas-
tal vez solo pensadas
serán su íntimo juego.