Un día de Primavera, la buena de Doña Petra llamó a la Reina de las Hadas y le dijo sollozando:
– ¡Ay!, amiga Pompey. Tengo una pena muy grande.
– ¿Qué te ocurre?, le dijo el Hada
– Que todas mis amigas tienen nietecitos y nietecitas a los que querer, y yo no tengo a nadie en el mundo.
– Quieres que te proporcione una niña encantadora?
– ¿Tantos poderes tienes?, le contestó Doña Petra, incrédula.
– Ya sabes, le dijo Pompey, que soy la Reina de las Hadas y puedo concederte lo que quieras.
– ¿Hasta una nietecita adoptiva de cuatro años, que sea maravillosa?
– Si pides todo eso, tienes que seguir mis instrucciones paso a paso. ¿Lo harás?
– Te lo prometo. Contestó Doña Petra, emocionada.
Y el Hada Pompey se puso a buscar con la varita mágica en un mapamundi, hasta que se encendió un puntito rojo.
– Aquí!, dijo el Hada… ¡En Roma!
– ¿En Roma?… Pero si yo no sé hablar italiano… ¿Cómo voy a encontrar una nieta en Italia?
– No te lo puedo explicar. Pero está clarísimo: Tiene que ser en Roma. Roma es una ciudad mágica, no lo olvides. Ya te puedes organizar unas vacaciones por allá.
– ¿Y, cómo la conoceré?… Porque allí hay muchas niñas, preguntó curiosa.
– Te entregará una flor. Le aseguró Pompey con mucho misterio.
Entonces, Doña Petra hizo su maleta y se fue desde Bilbao, en España, donde vivía, hasta Roma, llena de esperanza.
En Roma estuvo una semana completa.
Siempre que veía en la calle una niña de cuatro años se acercaba hacia ella….
Y ninguna le ofrecía flores.
Se fue a los parques y jardines.
Allí había muchas flores y muchas niñas.
Pero… tampoco apareció la suya.
A Doña Petra se le acabaron las vacaciones.
Estaba muy disgustada porque pensaba que el Hada Pompey la había engañado.
-¡Me va a oir!, decía por lo bajito.
Cuando descansaba en el restaurante del aeropuerto vio una niña que comía con sua papás y hablaba en español porque vivía en Buenos Aires.
Tenía cuatro años.
Y era bonita como un rayo de luz.
Se llamaba Martina.
Martina y Doña Petra se hicieron amigas.
-Esta niña sí que sería una buena nietecita adoptiva, pensó Doña Petra, ¡Pero en el restaurante no había ninguna flor!
… Y se puso triste.
Entonces, Martina, que era muy simpática y generosa, sacó de su maleta una Flor de Terciopelo y se la regaló.
¡Era la señal del Hada Pompey!
Las dos se pusieron muy contentas.
Y se hicieron una foto de despedida.
Desde entonces, todas las noches, Doña Petra le da un beso a la Flor de Terciopelo en su casa de Bilbao.
Y su amiga, el Hada Pompey, recoge el beso con su varita mágica y se lo lleva a Martina a Buenos Aires, en nombre de su abuela adoptiva.
Y espera a que se haya dormido para colocárselo suavemente sobre sus mejillas.
Y se queda toda la noche cuidándola para que duerma bien.
Como Buenos Aires y Bilbao están un poco lejos, a Doña Petra se le hacía muy difícil contarle cuentos a su nueva nietecita.
Así que decidió escribirle todos los días.
Ella era una abuela muy moderna
porque escribía correos electrónicos
y era una abuela muy antigua
porque tenía una hada mensajera.
Las abuelas son antiguas y modernas a la vez.
El Hada Pompey le traía noticias de su niña sin necesidad de escribir.
Que para eso es Hada.
La mamá de Martina le leía los correos antes de acostarse.
Cuando Martina fuera mayor ya leería sola
y le escribiría a la abuela.
Y Colorín Colorado
el cuento de la Flor de Terciopelo
se ha terminado.