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En el año nueve mil novecientos noventa y nueve
ya no quedará plástico.
O todos los mares serán cementerios
cubiertos de polímeros brillantes y multicolores
que envuelvan su redondez
en una única tumba
bajo la que yazgan
delfines saltarines entre corales muertos.

En el año nueve mil novecientos noventa y nueve
ninguna criatura saboreará el chocolate

porque el cacao desaparecerá en el siglo XXI

agotado por las personas insensatas

despilfarradoras del Planeta

que derrocharon sus tesoros

abusando de su acogida incondicional.

 

En el año nueve mil novecientos noventa y nueve

las agujas de las catedrales ya no zurcirán nubes

ni los puentes unirán orillas

ni los caminos llevarán a la esperanza,

y la Gran Pirámide de Keops

asomará tímidamente su cúspide

hundida entre la arena ardiente del desierto

En el año nueve mil novecientos noventa y nueve
puede que ya no haya religiones
ni maestros,
ni música,
ni teatros,
ni repúblicas virtuales
con presidentes holográficos
que juren una constitución utópica
desde paraísos remotos
firmando con rúbrica electrónica.

En el año nueve mil novecientos noventa y nueve
es posible que ni existan las abejas,
los bisontes,
los elefantes,
los buitres leonados,
ni siquiera la especie humana.

En el año nueve mil novecientos noventa y nueve
nadie habrá convertido
el carbono de mi cuerpo
en diamante de alquimia,
y llevaré milenios
diluida en átomos de hidrógeno y oxígeno
fluctuando entre las plantas y los insectos
que se los intercambiarán alegremente.

Dentro de ocho mil años,
en el año nueve mil novecientos noventa y nueve
caduca el Carnet de Identidad de plástico
que me han renovado esta mañana.

10-1-2018

 

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