VACIONES

 

 Beso Lidia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quiero darle vacaciones a mis ojos:
apagar el televisor
que solo muestra miserias;
y mirar hacia dentro
o hacia el infinito – que viene a ser lo mismo-
para contemplar la vida en un estadio feliz
en el que todos nos respetemos
sin recelos;
en el que no haya emigrantes asustados
ni cambio climático;
donde las cárceles sean parques temáticos
para ejecutivos estresados,
y el Coco sea el único personaje
que asuste a los niños
cuando no quieren dormir.

Observaré mi casa con ojos nuevos,
los visillos de la vecina de enfrente,
las maniobras de los conductores al aparcar;
me fijaré en las palmeras de la plaza
y preguntaré el nombre del monte
que remata mi horizonte, tras los tilos.

Quiero darle vacaciones a mis oídos
sin encender la radio
que nos cuenta la ineptitud de los políticos,
el acoso a las mujeres,
la corrupción de los poderosos,
el hambre, el miedo, el recelo,
el silencio de los cobardes.

 Atenderé a las insólitas conversaciones
de los viajeros del autobús,
los frenazos de las motos en los semáforos,
la risa de las criaturas en el columpio;
percibiré en la música del agua de la fuente
el himno de la Paz
saliendo del violoncello de Casals.

Y me relajaré en pijama
al escuchar el trino de los mirlos,
al amanecer.

El olfato también se merece vacaciones
y podré oler aromas conciliadores
que avisen del final de la tormenta
que se cierne sobre el planeta,
descargando todos los humores negros
acumulados en gotas sucias
de rencor ancestral;
segura de que el sol está del otro lado
luciendo, en medio, arco iris luminoso
que enlace las dos orillas del entendimiento,
mientras respire con fruición
la tierra húmeda y gozosa
después del chaparrón de verano.

Disfrutaré de la hierba del parque recién segada,
del olor marino de la ría en pleamar,
del vapor del asfalto regado,
del aroma caliente de la panadería
de la frescura de la tienda de jabones.

 Que veranee también el gusto,
rodeada de aquellos a los que amo;
y juntos nos chupemos los dedos
después de la ensalada de cariño,
aderezada con campanillas de esperanza,
aliñada con aceite de generosidad
– que suele ser virgen-
y su poquito de vinagre de ironía,
y picardía de pimienta
que le dan sal a la vida,
untando, en comunión,
la salsa de la fraternidad
dejando el plato reluciente y limpio.

Utilizaré el móvil lo indispensable
y convertiré lo virtual en auténtico.
Dejaré viajar al tacto
que nuestra cultura tiene tan reprimido:
Abrazaré, sin disimulo,
a cuantos conocidos me encuentre:
acariciando a mis mayores,
haciendo cosquillas a nuestros chiquillos,
y daré un achuchón al hijo
al cruzarme con él en el pasillo.

Atusaré la colcha de mi madre,
pensando que la bordó con tanto mimo,
y pasaré deleitosamente
las hojas de mis libros preferidos
buscándo la incógnita de sus secretos
que me quedan aun por descubrir.

Arreglaré el mundo
tomando café con las amigas,
completado
con un chupito de libertad con hielo
y una lágrima de ron cubano.

 Y besaré.
Besaré sin reprimirme.

Que el beso es un mensaje definitivo,
rotundo y certero,
inventado por la Humanidad
milenios antes
que el twitter y el wassap.

 30-7-2016

 

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