Historia de duendesas y duendes

                                                         Cuento para Alba

23-2-2011

                                           Capítulo I

DON CUADRILÁTERO

 

El matrimonio de doña Borlita y don Cuadrilátero estaba muy bien avenido.

Vivían en Duendilandia, porque ellos eran duendes de toda la vida.

Bueno: el duende era don Cuadrilátero, tan serio y tan formal; doña Borlita era una duendesa regordeta y simpática.

Duendilandia es un planeta mágico cuyos habitantes duermen cuando sale el Sol y salen de paseo cuando se asoma la Luna.

Por eso son todos tan pálidos, casi transparentes, como Dundy y Fok, los hijos de doña Borlita y don Cuadrilátero.

Los duendes y las duendesas son pequeños, como un teléfono móvil y tienen iguales los dedos de las manos y de los pies.

No saben lo que es la derecha ni la izquierda.

Para no equivocarse de dirección, tienen las orejas con una punta hacia arriba, que les sirve de antena y aciertan siempre.

En Duendilandia no hay señales de tráfico.

En cambio tienen un Lago Sagrado con agua-que-no-moja y da mucho gusto nadar en él y salir con la ropa seca.

Con el-agua-que-no-moja los duendecillos no se pueden divertir haciéndoles aguadillas a sus amigos.

Los duendes de verdad tiene poderes mágicos… y sin necesidad de ir a un colegio especializado, como Harry Potter: ya nacen con ellos.

Pero no pueden utilizarlos sin permiso.

Está prohibido.

Cada cumpleaños pueden activar diferentes poderes, más o menos según haya sido su comportamiento. Así que los más ancianos tienen muchísima magia.

Don Cuadrilátero es un duende muy importante.

Tiene a su cargo el Lunipuerto, que es como la estación para cualquier viaje que se quiera hacer al exterior.

Por el Lunipuerto pasan los rayos de Luna que llegan a la Tierra.

Duendes especializados, con uniforme, se encargan de atrapar los rayos por los que se deslizan los duendes viajeros para acercarse hasta el Planeta Tierra, donde viven los niños, y hacerles rabiar.

Los duendes son un poco pillines, no te creas.

¿A ti, Alba,te han hecho rabiar alguna vez?

                                                                         Capítulo II

ESCAPADA

Aquella noche, Fok cumplía 120 años. Ya era casi un duende adulto.

Como los duendes viven hasta mil años, el cumplir 120 es como si un humano cumpliera doce.

Dundy tenía 85, para cumplir 86 en la próxima Primavera.

Dundy estaba muy emocionada porque quería mucho a su hermano y le había hecho un regalo secreto que sólo le enseñaría cuando saliera el Sol y se tuvieran que ir a la cama.

Pero Fok estaba empeñado en abrir el enorme paquete con aquel lazo fosforito tan espectacular.

-Mami, le decía Fok a doña Borlita, ¿puedo abrir por una esquina para ver de qué se trata?

-Tu hermana se va a enfadar mucho como lo hagas, le contestó doña Borlita mientras sacaba del horno un riquísimo asado de unicornio lechal.

Y Fok se puso de morros todo el rato.

– Más te vale, le dijo la madre, irte un rato a ayudar a papá al Lunipuerto. Hoy es fin de semana y habrá mucha cola para salir a trabajar.

Fok se arregló su chaqueta de color verde y salió de casa.

En vez de entrar en el Lunipuerto por la puerta de empleados, se escapó por la de usuarios y se puso a la cola de los viajeros.

Allí se encontró a su amigo Fanfa.

-¿Adónde vas tú a trabajar?, le preguntó a Fanfa que se estaba comiendo las uñas.

-A Bilbao, le dijo. ¿Quieres venir conmigo?

-Acabo de cumplir 120 años nada más. Mis padres no me dan permiso todavía, replicó muy triste.

Pero Fanfa no tenía ganas de viajar solo y le engatusó con mucha picardía.

-Tú te pones delante de mí y ya verás como nadie se da cuenta.

-¿Y si se entera mi padre?

-¡Qué va, hombre!… si tu padre está muy ocupado. Tú ven conmigo. Volvemos enseguida y nadie lo notará.

Fok, muy ingenuo, se dejó convencer por Fanfa.

Los dos se pusieron cerca del andén por el que pasaban los rayos de Luna a toda velocidad. Había que cogerlos en marcha y eso requería mucha rapidez.

-Ten cuidado con el rayo que coges. Ya sabes que en el colegio nos han hecho estudiar todas las clases de rayo de Luna.

-¿Te piensa que no me lo sé?, dijo Fok un poco mosqueado. Son 137 variedades de rayo.

-¿Cuáles son los más resistentes?, le preguntó Fanfa, chuleando un poco.

-Los JC…¿O es que piensas que soy tonto?

-¡Ahora, dijo Fanfa!

Y los dos duendes se agarraron fuertemente a

los rayos JC-29 y JC-30, que eran los que tenían delante.

Se fueron deslizando mágicamente pensando a dónde querían ir.

Si algún duende se distrae en esta operación, el rayo de Luna se pone a girar y girar como un remolino y lo devuelve a Duendilandia sin contemplaciones.

Fanfa y Fok lo hicieron estupendamente… y llegaron a Bilbao.

Pero no a cualquier sitio de Bilbao sino al mismísimo San Mamés donde jugaba el Athletic con el Barcelona, que le había metido ya un horrible gol.

Al ver aquel desaguisado, Fanfa hizo un triple pestañeo veloz y, como un rayo, salió disparado el balón desde la bota de Llorente entrando en la portería contraria.

-¡¡¡¡¡Goooool!!!!!

Fok no estaba autorizado para hacer este tipo de magias, pero como era el día de su cumpleaños, quiso probar a ver si le salía otro gol. Él no iba a ser menos que su amigo.

Pestañeó con toda su ilusión.

¡¡¡¡¡¡GOOOOOL!!!!!!, gritaron de nuevo.

Y los Leones ganaron el partido.

Fanfa le miró sorprendido.

¿Qué había pasado para que un birria de 120 años nada más, hubiera conseguido que el Athletic le ganara al Barcelona?

En el vestuario no entendían cómo podía haber ocurrido aquella maravilla.

-Parece cosa de duendes, dijo el Míster.

                                                                          Capítulo III

GLOBOS

Como habían ganado, los socios del Athletic salieron muy contentos de San Mamés.

Fok y Fanfa, para que no les atropellaran, dieron un salto y se metieron en el bolso de la chamarra de Alba, que había ido a ver el partido con su papá.

Por el camino se sintieron emocionados al oír la voz tan bonita de la niña y se prometieron que no volverían a Duendilandia hasta no ver su cara.

Ni se atrevían a asomar, no les pillaran y se tuvieran que quedar en Bilbao.

Allí estuvieron quietos, sin rebullirse, hasta que llegaron a casa y la ropa, quedó colgada en el armario.

Cuando todo estuvo en silencio, salieron los dos duendecillos lentamente, se acercaron hasta la cama de Alba, y le dieron un beso de buenas noches.

También besaron a su hermanita Lucía, que dormía plácidamente en la cama de al lado.

De puntillas, fueron buscando una ventana orientada hacia la Luna para volver a casa.

Antes quisieron hacer alguna travesura y Fanfa, que sí estaba autorizado, colgó del techo todos los muñecos y los peluches que encontró en la casa.

Fok y Fanfa, con tantos entretenimientos habían dejado pasar la noche y casi no quedaban rayos de Luna para volver a casa.

Los rayos JC estaban todos ocupados. Además no son los mejores para regresar.

Los rayos FR pasaban vacíos porque eran algo inseguros y se deshacían los primeros cuando amanecía.

Se empezaron a poner nerviosos.

Menos mal que vieron pasar un haz de rayos LS, que pinchaban un poco, pero no les importó, así que dieron un salto y se agarraron los dos al mismo rayo, el LS-119.

¡Casi el último!

Como el rayo LS-119 no estaba preparado para transportar a dos viajeros, se enrollaba a muy poca velocidad y los dos duendecillos tenían mucho miedo de que saliera el Sol sin haber vuelto a su casa.

Si esto ocurría, el rayo de Luna se desharía con la luz y ellos caería para siempre al vacío del Universo.

Ni respiraban los pobres.

Cuando amaneció, ya estaban casi en Duendilandia.

Tuvieron que dar un buen salto para descender.

Al llegar a casa, Fok se encontró a sus padres muy, pero que muy enfadados.

Dundy, se había hartado de custodiar el regalo envuelto en papel fosforito y lo había guardado para siempre…

A mamá Borlita se le había enfriado el asado de unicornio.

…Y don Cuadrilátero estaba de muy mal genio. Le echó tal mirada a Fok, que éste se fue a la cama sin rechistar.

Ni te cuento, a la mañana siguiente, que susto se llevó toda la familia de Alba al ver a los muñecos en el techo.

– Yo no he sido, dijo Lucía.

¿Será cosa de duendes?, se preguntaban.

Porque las familias de duendes son como las de los mortales.

Y lo que está mal, está mal en todas partes.

Aunque sea tu cumpleaños.

Capítulo IV

LA REVOLUCIÓN DE LAS DUENDESAS

Los habitantes de Duendilandia eran muy aficionados a los concursos.

Todos los meses se reunían a orillas del Lago Sagrado, se bañaban en el agua-que-no-moja y, después contaban las hazañas logradas en las partidas nocturnas por la Tierra.

Algunos duendes eran bastante gamberros.

Como Kripo, que contaba:

-Le escondí las gafas a un señor para que se volviera loco buscándolas.

Creo que era el abuelo Vicente.

Otros, sin embargo, tenían mejor corazón como Gabú, que comentaba:

-Vi a un ladrón robar un bolso y yo se lo devolví a su dueño.

Pero cuando Fanfa contó lo del gol, se llenó se aplausos, porque los duendes eran, principalmente, hinchas del Athletic.

Esto no le gustó nada a Fok, que sabía que el gol de Llorente era el del empate. El de ganar fue el que propició su parpadeo.

Pero se calló porque no quería enfadar más a su padre.

Ese día le dieron el premio a Fanfa.

Al final de la reunión, doña Borlita pidió permiso para hacer una pregunta.

El Gran Duende Emérito se lo concedió.

– ¿Por qué las duendesas no podemos bajar a la Tierra a hacer travesuras como los duendes?

El Gran Duende se revolvió en su silla.

– Eso no es posible, dijo. Las duendesas tenéis que cuidar la casa y atender a los duendecillos. Vuestros poderes se desactivan cuando sois niñas .

– No siempre, añadió Borlita. Si practicamos no los perdemos.

– ¿Seguro?.¿Practicáis en secreto? preguntó el Gran Duende, sorprendido.

– Segurísimo, dijo doña Brisa. Y si no te lo crees, pregunta a las demás duendesas.

El Gran Duende se dirigió a ellas muy preocupado.

– ¿Es cierto que conserváis vuestros poderes?

– Algunos, dijo doña Flauta, que tenía una voz muy fina. Con un poco de ejercicio podríamos recuperar todos.

Esta situación no estaba prevista en el mundo de los duendes.

¿Qué harían ellos si sus esposas y sus hijas pudieran hacerles la competencia en magia?

– Lo tengo que pensar, dijo el Gran Duende.

Las duendesas insistieron en sus reivindicaciones.   Hasta que obtuvieron permiso del Gran Duende Emérito para hacer cursillos de rehabilitación y, en muy poco tiempo consiguieron el título de “Exploradoras en prácticas”.

Las niñas, como Dundy, pudieron experimentar sin esconderse y competir con los duendecillos.

Ellos andaban un poco fastidiados porque les tocaba hacer trabajos domésticos, como ir a la compra o preparar la comida.

Como eran duendes pensaban que lo podrían realizar con magia.

Estaba completamente prohibido.

Si a las duendesas no les valía la magia para los quehaceres domésticos, tampoco les tenía que valer a los chicos.

Mismos derechos.

Mismos deberes.

Misma magia

Este asunto pasó a la historia de Duendilandia como “la Revolución de la Duendesas”.

Capítulo V

 CARNET DE EXPLORADORAS

Con el título de “Exploradoras en Prácticas” en el bolsillo, las duendesas señoras decidieron acercarse a la Tierra.

Algunas, muy pillinas, ya lo habían hecho antes pero disfrazadas de duendes, para que no las castigaran.

El día del examen práctico, todas las duendesas tenían que bajar y demostrar que habían hecho una magia.

Doña Borlita llegó al Lunipuerto con sus amigas doña Brisa y doña Flauta. Las recibió don Cuadrilátero, con todos los honores.

– ¿Cómo habéis tardado tanto?, dijo un poco molesto porque su esposa se hubiera retrasado. Ya no quedan rayos JC, que son los más confortables.

Así que se tuvieron que conformar con un haz 26-ZN, que tampoco estaba mal aunque sus rayos eran menos luminosos.

– ¡Ahora!, dijo el empleado mientras sujetaba los rayos ZN. Y las tres amigas dieron un salto agarrándose a los 26-ZN-3, 26-ZN-4 y 26-ZN-5.

– ¡Cómo se conoce que tu marido trabaja en el Lunipuerto!… Estos rayos son estupendos.., le dijo doña Flauta a doña Borlita.

Y se enganchó en el rayo por la piernas dejándose caer hacia atrás.

– ¿Queréis que vayamos a Bilbao?, respondió ella. Mi esposo dice que es el mejor sitio del mundo.

– ¡Venga!, respondieron a la vez doña Flauta y doña Brisa.

– ¡Pues a pensar en ello!

Y las tres se pusieron a pensar, sin distraerse, con los ojos bien cerrados. No se fueran a quedar atrapadas en el remolino del despiste.

Yiiiiiiii

Y pusieron los pies en el suelo.

Al abrir los ojos comprobaron que habían posado en una especie de isla rodeada por una nube.

Parecía que estaban en el cielo.

En cuanto anduvieron un ratito llegaron a la orilla.

Se asomaron con cuidado y comprobaron que estaban encima de una torre de cristal.

La torre más alta que habían visto en su vida.

¡La Torre de Iberdrola!

¿Cómo bajar de allí?

Recordaron que había un truco para las emergencias.

Consistía en parpadear alternativamente los dos ojos a gran velocidad, cinco veces seguidas.

– Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

-¡Ya!

Abrieron los ojos.

Menos mal. Ya estaban en el suelo de Bilbao. En la Gran Vía.

Se quedaron alucinadas al ver tantas tiendas y tan bonitas.

Sin muchos esfuerzos, atravesaron el cristal de los escaparates y saltaron por entre los objetos maravillosos que había allí.

Las tres decidieron poner una boutique en Duendilandia.

Sería un éxito.

Se entretuvieron tanto, que se les fue pasando el tiempo de la noche sin haber hecho ninguna travesura.

Salieron corriendo hasta que se encontraron en la Alhóndiga.

Cuando entraron se quedaron sorprendidísimas al comprobar cómo un edificio tan bonito tenía todas las columnas diferentes.

– ¡Qué horror!, dijo doña Flauta.

– Seguro que ya han estado aquí otras duendesas en prácticas y les han estropeado el edificio a esta buena gente, dijo doña Brisa.

– Nosotras se lo arreglamos en un plisplás, aseguró doña Borlita.

Y decidieron alegremente cuál sería la auténtica columna.

Hicieron sus triples pestañeos, y todo el vestíbulo se apoyó en columnas clásicas.

Mejor que el Partenón.

Se quedaron muy satisfechas.

Seguro que por aquella hazaña les darían el carné de “Duendesas Tituladas”

Inmediatamente, se asomaron a la calle. Comprobaron entonces que estaba amaneciendo.

¡¡Horror!!

Con la luz del Sol no se distinguían los rayos de Luna y era imposible regresar a Duendilandia.

Además el sol las cegaba y apenas podían ver.

Las duendesas están hechas para la noche.

Como la Alhóndiga tiene un atrio tan oscuro, parece siempre de noche.

Menos mal.

Así no les daría la luz del sol ni se convertirían en muñecas de trapo.

Dieron un salto y se acurrucaron en una viga del techo para que las señoras de la basura no las mandaran al contenedor cuando hicieran la limpieza.

En Duendilandia estarían preocupados pensando en ellas.

                                                                                           Capítulo VI

LAS COLUMNAS DE LA ALHÓNDIGA

A la mañana siguiente, nuestras duendesas no quisieron perder detalle.

Normalmente los duendes no pueden presenciar las aventuras diurnas, porque ellos duermen con el Sol.

Un lugar como la Alhóndiga, tan oscuro de día no se encontraba en cualquier sitio.

¡Menudo chollo!

Observaron cómo un ejército de camareros colocaba una fila de mesas con manteles y copas.

– Parece que habrá una fiesta, dijo doña Flauta.

Llegaron otros camareros con pinchos y canapés.

– Qué ricos, pensó doña Borlita, que disfrutaba de la comida.

Todo estaba perfecto cuando entró en el recinto la Concejal de Cultura.

Miró las columnas.

– ¿Qué ha pasado aquí?, exclamó desmayándose.

Los camareros la auxiliaron.

– ¿Qué ha pasado con las columnas?, repitió.

Todo el mundo se dio cuenta entonces de que las maravillosas-columnas-todas-distintas se habían uniformado.

– ¡¡¡Oh!!!

Inmediatamente llamaron al Alcalde por teléfono para contarle el problema.

– ¿Qué tontería me estás diciendo?, contestó el Alcalde. En Bilbao tenemos un edificio con la colección de columnas más maravillosa del mundo.

– Sí, decía la Concejal. Eso era ayer. Hoy son todas iguales.

– Pues le pongo un pleito al arquitecto. A mí que no me toque las narices, decía Azcuna, muy enfadado.

– ¿Qué hacemos?

– Mejor será, dijo la Concejal, que entretenga usted a los invitados y les enseñe la alfombra que hemos puesto en el Puente de Calatrava. Veré cómo resuelvo yo esto.

La Concejal, con muy buen criterio, hizo salir a todo el mundo de la Alhóndiga y se quedó sola pensando.

Cerró los ojos desolada.

A todo esto, nuestras amigas duendesas se habían dado cuenta de la metedura de pata que habían tenido.

¡Las columnas eran diferentes de verdad!

Veían tan triste a la pobre Concejal, que se solidarizaron con ella.

Sin decirse nada, cada una por su cuenta, hicieron el triple pestañeo…

…Y la Concejal contempló alucinada cómo las columnas iban recuperando su forma original.

Se le cayeron las lágrimas de emoción.

A doña Borlita, doña Flauta y doña Brisa, también.

Y sonreían.

Al cabo de un rato comenzaron a llegar los invitados a la recepción.

El Alcalde les comentó que tenían contacto directo con la NASA, que les enviaba una película del Sol en tiempo real.

– Traer al Sol entero, resulta un poco caro y estamos en crisis, dijo muy serio.

Al oír esto, nuestras duendesas se escondieron en su rincón todo lo que pudieron.

¿El Sol en foto tendría los mismos efectos que el real?

No quisieron comprobarlo. Por si acaso.

El día se les hizo muy largo y aprovecharon para echar un sueño.

Por eso no vieron a Lucía y Alba que habían ido a la ludoteca con la abuela Domy.

En cuanto salió la Luna, buscaron los rayos JC, que volvían vacíos a esa hora, y se largaron pitando a su país.

Por el camino se encontraron a don Cuadrilátero que bajaba a buscarlas.

Qué risa.

Capítulo VII

EL MAGO GRIMORIO

Mientras las duendesas se acercaban a Duendilandia, don Cuadrilátero se alejaba de allí camino de la Tierra.

Se cruzaron en la noche.

Las duendesas se reían muy divertidas.

Tuvieron que esperar a la siguiente noche para que volvieran los esposos.

Don Cuadrilátero estaba de muy mal humor.

– Este asunto hay que solucionarlo pronto. Eso de que mi esposa me deje con-las-camas-sin-hacer y se largue de Exploradora, no puede durar mucho tiempo. A mí no me gusta hacer camas.

– ¡ Anda!… ni a mí.

– No me lo habías dicho nunca.

– ¿Para qué? Si no podía hacer otra cosa… Ahora es distinto.

– ¿Y eso de tu trabajo fuera de casa va a durar mucho tiempo?

– Lo que haga falta, Cuadri. Ahora que ya tengo mi carné oficial de “Duendesa Titulada”, no lo voy a desaprovechar. Necesito realizarme. Los niños ya son mayores.

– ¿Y no te realizas cuando pones la lavadora o limpias el polvo.

– Pues no, oye. Prefiero explorar la Tierra y conocer gente diferente cada día. ¿No lo haces tú?

Y la conversación se alargaba hasta el infinito.

Don Cuadrilátero no terminaba por aceptar que, a partir de la Revolución, había que compartir magias y trabajos.

Ni que las duendesas eran iguales que los duendes.

Era bastante machista.

A Dundy y Fok no les afectaba el problema. Su mamá les había educado en la igualdad y sabían hacer sus trabajos correspondientes.

Los trabajos no pertenecen a los chicos o a las chicas: ambos pueden hacer todos los oficios.

En el colegio era diferente porque, como a las niñas duendesas no les habían enseñado los trucos de magia, tuvieron que recibir clases particulares para ponerse al día.

El profesor de magia era un duende muy divertido. Se llamaba Grimorio y enseñaba a sus alumnas cosas curiosas, como por ejemplo:

– Cómo hacer crecer el pelo a las niñas que prefieren trenzas.

– Cómo borrarle los deberes a aquellos estudiantes que trabajaban con la tele puesta, sin enterarse de lo que hacían.

– Cómo hacer que los gallos cantaran antes del amanecer para que las flores fueran abriendo sus corolas .

– Cómo convertir en zapatos de sieteleguas las deportivas.

– Cómo transformar los vestidos cada noche para parecer que habían comprado uno nuevo…

Y muchas cosas más.

Lo que no sabía el profesor de magia era que las duendesitas que acudían a su clase, ya se sabían las lecciones antes de entrar.

Sus mamás, se las habían enseñado en secreto durante los años de opresión machista.

Pero no se lo decían al viejo Grimorio para no hacerle sufrir.

Duendilandia estaba cambiando mucho.

                                                                                             Capítulo  VIII

EN CASA DE ALBA

Al terminar el cursillo intensivo, las duendesitas tuvieron que hacer un examen para demostrar que podían incorporarse a clase con los duendes varones.

Dundy estaba muy nerviosa.

Lo que menos se había podido imaginar ella era que iba a poder volver a Bilbao para abrazar a Alba, su amiga del alma.

Porque Dundy, había pedido llegar a Bilbao. Ya se le había perdonado la picia de la escapada aquella que tan larga se le hizo a la familia.

-Mami, le decía a doña Borlita, ¿Tú crees que Alba se acordará de mí?

-Que sí, mi niña, le contestaba la madre. Que Alba tiene muy buena memoria y no se le ha olvidado todo lo que la festejamos cuando la trajiste a Duendilandia.

-¿Me la vas a dejar traer otra vez?

-No sé qué decirte. Aquello fue un poco loco, ¿No te parece? Ahora tenemos que trabajar por lo legal. Tu padre no nos perdonaría otra aventura sin contar con su permiso.

-Lo que ocurre es que, esta vez, a lo mejor le tenemos que contar la verdad a Lucía, que se ha hecho mayor. Ya tiene 6 años.

-Pues se la contamos. Lucía también es una niña encantadora.

Y Dundy se fue al Lunipuerto y se puso a la cola con sus amigas para subirse en los rayos de Luna. Las duendesitas no se podían imaginar que su profesor , el mago Grimorio, las iba a acompañar en el viaje.

– ¡Era una sorpresa!, les dijo él sonriendo.

– ¿Y qué puede hacer un mago duende en la Tierra?

– Pues, magia… ¿Qué os habéis creído?

Enseguida llegó don Cuadrilátero. No quiso dejar que ningún empleado ayudara a Dundy y sus amigas en el viaje de fin de curso.

– Es estupendo que las acompañe usted, don Grimorio, le dijo al profesor. Así me quedo más seguro.

– Yo no voy a intervenir en sus aventura, dijo el profesor, muy serio. Está prohibido.

Don Cuadrilátero fue ayudando a todos los viajeros hasta que llegó su duendesita adorada. Alargó su potente brazo y cogió el más resplandeciente rayo JC para Dundy.

Es para ti, le dijo. Recuerda que no te tienes que distraer si quieres llegar hasta Etxebarri.

-No papá. Como ya he estado allí, me sé perfectamente la dirección y seguramente aterrizaré en la misma ventana de Alba.

Y cerró los ojos pensando en la casa de su amiga.

– ¿Se acordará de mí?

– ¿O se habrá vuelto mayor y ya no le gustará tener una duendesa por amiga?

¡Ay! ¡Que suspense!

Cuando se posó en el alféizar de la ventana, hizo su triple pestañeo y atravesó los cristales y la persiana de un golpe.

Se quedó muy orgullosa de su potencia mágica.

Aunque las duendesas tienen el poder de ver en la oscuridad, Dundy no era capaz de distinguir cuál de las dos niñas maravillosas que dormían en la habitación era Alba y cuál Lucía.

Por un momento Dundy se despistó olvidando los años que habían transcurrido, y como Lucía tenía la misma cara de Alba a su edad, se dirigió a su cama.

Comenzó a hacerle cosquillas en la nariz, como en los viejos tiempos.

Lucía le dio un manotazo al despertarse.

– ¿Por qué me pegas?, ¿Es que no me reconoces, Alba?

– No soy Alba. Soy Lucía.

– ¿Es cierto?¡Qué mayor te has hecho! ¿Y Alba, entonces, es esa señorita tan guapa que duerme en la otra cama?

– ¡Claro! ¿Y quién eres tú?

– Dundy.

Lucía dio un salto sobre la cama sin poderse creer que junto a ella estaba la mismísima duendesa de la que tanto había oído hablar y despertó a su hermana.

Capítulo IX

EL REENCUENTRO

Cuando Alba se despertó al oír los gritos de Lucía, no se podía creer lo que estaba viendo.

– ¿Cómo sabías que hoy es el día más importante de mi vida?… Solo me faltabas tú para ser completamente feliz.

– ¿Y por qué es el día más importante de tu vida?, le preguntó Dundy

– Porque hoy voy a hacer la Primera Comunión. ¿En Duendilandia no hacéis la Primera Comunión?

– ¿Qué es la Primera Comunión?

– Es la primera vez que recibimos a Jesús en nuestro corazón. Y Jesús es Dios.

– Qué suerte tenéis los humanos. En Duendilandia no recibimos a Dios en nuestro corazón. Tiene que ser muy hermoso.

– Lo es. Por eso estoy tan contenta… Y tan nerviosa.

– Bueno: yo te ayudaré a no estar nerviosa. Ahora vamos a dormir, que mañana tienes una jornada muy ajetreada.

– Pero cuando nos despertemos ya no podré estar en contacto contigo, porque te habrás convertido en peluche.

– Es verdad. Voy a teledirigir el blablaeco hacia ti para poder comunicarnos aunque sea de día.

– ¿Qué es el blablaeco?, preguntó Alba.

– El blablaeco es un lunar que nos sale en la oreja derecha de los duendes a los 80 años.

Más o menos hace el servicio de una agenda y si le dicen el alta voz los recados importantes, quedan grabados algún tiempo.

Hay duendes tramposos que,, en vez de estudiar leen las lecciones en el blablaeco para pasar los exámenes.

Luego, cuando caduca la grabación, se les borra y se les olvida todo. Suspenden el curso y son penalizados con dos años sin bañarse en el Lago Sagrado.

– Ya me gustaría a mí tener uno, replicó Alba.

– Es mejor estudiar. Las cosas que se estudian bien de niña, se quedan para siempre en el cerebro. No se olvidan jamás.

– ¿Cómo la tabla de multiplicar?, dijo Alba.

– Como la tabla de multiplicar.

– ¿Y para qué os sirve ese lunar, si luego se borra la información?

– Pues porque, como nuestras orejas son picudas, mandan mensaje teledirigidos a quienes nosotros queremos. Si tenemos el blablaeco operativo nos podemos comunicar con cualquier amigo por telepatía.

– ¡Qué bueno!

– Será mejor que nos acostemos, dijo Dundy. No sea que por la mañana te caigas de sueño. ¿Me vas a coger junto a tu corazón?

– Pues claro que sí.

Lucía había escuchado toda la conversación sin intervenir. Ella sabía que Dundy y su hermana eran amigas del alma.

Se atrevió a preguntar:

– ¿Alba, me puedo llevar a Dundy a tu Primera Comunión, aunque sea una muñeca sin movimiento.

– Claro que sí, dijo Dundy. De esta manera también estaré presente en la ceremonia. Gracias, Lucía por querer llevarme.

Y Alba se agarró a su amiga del alma hasta que la luz de la mañana entró por las rendijas de la ventana.

Dundy ya se había convertido otra vez en muñeca de trapo, blanda y arrugada.

                                                                                               Capítulo X

LA CEREMONIA

Fue un día maravilloso.

Mamá Olga ayudó a Alba a ponerse un vestido blanco, con un gran lazo de seda y una florecitas de color rosa.

Y ella se dejó vestir; y mamá le peinó la hermosísima melena, que le caía por los hombros.

Sobre la cabeza llevaba una corona de flores diminutas. Parecía una hada con el rosario y el misal de nácar que le había regalado la abuela Domy.

Todo era poco para recibir a Jesús en su corazón.

Cuando llegaron a la iglesia, Alba se reunió con todos los niños que comulgaban ese día y se puso muy contenta de estar con sus amigos.

Se encendieron las luces.

Las familias de todos los comulgantes llenaron las bancos.

Alba estaba feliz porque allí se encontraban sus abuelos, sus tíos y todos los primos vestidos de fiesta.

Lucía se había puesto muy seria con su amiga Dundy en la mano.

– ¿Qué muñeca traes?, le dijo Gorka.

– Es Dundy, le aclaró ella bajito. No se lo cuentes a nadie.

Porque Gorka también está en el secreto de la duendesa.

Gorka no se había creído eso de que a sus primas las pudiera visitar un personaje fantástico de Duendilandia y se quedó un poquito mosqueado.

– ¿De veras?. ¿Me la dejas?

Lucía le dejó a Dundy temiendo que se la cogieran Héctor o Igor, que son unos trastos, y le hicieran alguna avería.

– Un momento solo, ¿Eh?

Y Gorka se puso a inspeccionar la muñeca de trapo sin encontrar ninguna pista de magia.

– Toma, le dijo a Lucía. Es vulgar y corriente.

Lucía se sonreía con picardía.

Comenzó a sonar una música deliciosa.

Las catequistas repartieron a los comulgantes unos folios con las frases que cada uno debía leer en alta vos durante la misa.

Nadie sabe lo que pasó. Debió ser el viento.

La hoja de Alba había desaparecido y la niña no podía seguir la ceremonia ni intervenir cuando le correspondía.

Mamá Olga se puso nerviosa.

Papá Víctor no sabía hacia dónde mirar.

Los primos jugueteaban por los bancos.

El resto de la familia no se enteraba del asunto.

Lucía apretaba fuertemente a Dundy convertida en muñeca inerte.

Lucía es muy lista

Le estaba transmitiendo telepáticamente el problema a Dundy, que reaccionó en un periquete.

Alguien se dio cuenta del fallo y le entregó a Alba una hoja nueva.

¡ El texto estaba equivocado!

Alba se puso muy nerviosa.

Menos mal que Dundy, le comenzó a enviar mensajes a través del blablaeco.

Alba recibió el mensaje enseguida y comenzó a leer con mucha seguridad,

Todo el mundo se quedó perplejo al escuchar su lectura, como si no pasara nada.

Alba, le dio gracias a Jesús por haberle enviado una duendesa amiga en ese momento tan difícil.

Las campanas tocaban a gloria.

                                                                                            Capítulo   XI

GRIMORIO, EL MAGO JUGUETÓN

Después de la comida, que fue muy rica, con tarta y todo, comenzó la fiesta.

En el restaurante tenían prevista la actuación del mago Juan Tamariz, para que entretuviera a todos los chiquillos que hacían la Primera Comunión y sus parientes.

El mago Juan Tamariz es muy famoso. Tanto que le conocen en el mundo entero y ha salido en muchos programas de televisión.

Juan Tamariz aparece siempre con un sombrero brillante y una melena un poco desmelenada. Usa gafas porque es un poco miope.

También suele llevar un chaleco, seguramente para hacer mejor los trucos.

Tamariz es muy simpático y dicharachero.

Alba estaba muy contenta porque le gusta mucho la magia. A ella le gustaría ser maga y saber hacer esos trucos tan fantásticos para sorprender a sus amigos.

Pensaba que Tamariz la dejaría participar en algún juego y aprendería el truco. ¿Sería capaz?

Luego, ella se entrenaría con su hermana Lucía, para más tarde, hacérselo a sus invitados.

El primer truco de Tamariz consistía en cambiar de sitio unos naipes. Cuando quiso buscarlos en su bolso, en vez de la baraja se encontró con un duendecillo tan pequeño como una carta.

Tamariz se quedó sorprendidísimo: hasta ese momento él era el que hacía los trucos. Nunca se había encontrado con que alguien le hiciera los trucos a Tamariz.

-¿Quién eres tú?, le preguntó Juan Tamariz, un poco escamado?

-El duende Grimorio, profesor de magia de Duendilandia. ¿Es que no te acuerdas de mí?

-No me lo puedo creer, dijo el mago elevando hacia arriba su sombrero verde. ¿Cómo has bajado de tu país sin avisar?

-Estoy de servicio. Hoy es el día de Graduación de mis mejores alumnas duendesas y tengo que controlar sus sortilegios.

-Yo también estoy de servicio en este restaurante. Aquí se celebra la Primera Comunión de un grupo de niños y tengo que hacer unas actuaciones. ¿Qué te parece si cenamos luego juntos?

– ¿Y qué te parece si unimos nuestras magias y les hacemos una actuación superfantástica?

-¿Aquí?

-¿Por qué no en Duendilandia?, dijo Grimorio, que quería deslumbrar a Tamariz llevándole a su tierra.

-No podemos llegar todavía. Aun no es de noche y necesitaríamos muchísimos rayos de Luna para el viaje. Fíjate cuántos chiquillos hay en esta sala. Más de cien. ¿O es que tú, que eres profesor, tienes trucos nuevos para ascender sin necesidad de los rayos JC?, preguntó Tamariz perplejo.

-Ahora verás, contestó Grimorio dando una enorme carcajada.

                                                                                            Capítulo  XII

EL AIRE DE DUENDILANDIA

En aquel momento apareció en la sala una azafata.

-Queridos niños, dijo la joven: os vamos a dar un globo a cada uno de vosotros, que debéis agarrar con gran fuerza.

-¡Yupiii!, dijeron todos los chiquillos.

Y fueron recibiendo sus globos de diferentes colores.

-¿Vosotros sabéis de qué están llenos los globos?

-¡De aire!, contestaron con fuerza.

-Pues no señor, dijo la azafata. Los globos están llenos de un gas que se llama helio y que pesa menos que el aire.

-Por eso suben, dijo Gorka, que está en todo.

-Efectivamente. Y si cerráis los ojos con fuerza, el globo que agarráis os llevará hasta un país maravilloso.

-Esto es trampa, le dijo Tamariz a Grimorio. Un vulgar globo de helio no puede elevar a un niño.

-Tú mira y calla, le contestó el duende profesor.

Y Juan Tamariz se quedó con la boca abierta al ver que el tamaño de los niños se iba reduciendo hasta conseguir el mismo volumen que un duendecillo.

-Si quieres venir con nosotros, toma tu globo y cierra los ojos, le ordenó entonces Grimorio a su colega.

-Tamariz se acercó a la azafata y apretó con fuerza el único globo de helio que quedaba sin dueño.

Cerró los ojos.

Sintió entonces cómo su cuerpo disminuía y se hacía leve como una pluma.

Como un niño más notaba que se iba elevando, elevando, y pasaba por zonas con calor y otras con frío, hasta que sintió que era depositado en el suelo duro y blando a la vez, que él ya había pisado en otras experiencias.

Abrió los ojos.

A la vez que Tamariz abrieron los ojos todos los niños que estaban agarrados a sus globos.

-¡Ah!

-¡Cómo han crecido los globos!

Enseguida se dieron cuenta de que los globos no habían crecido sino que ellos se habían reducido como si fueran de juguete.

La más sorprendida era Lucía a la que se le había soltado el globo verde. Con la mano agarraba a Dundy.

-¿Qué es esto?, dijo Lucía

-Que estáis en mi país, dijo Dundy muy divertida.

-¿Y por qué se han parado los globos?

-Porque el aire de Duendilandia pesa lo mismo que el helio, dijo muy seria doña Borlita, que había acudido enseguida a recibir a su hija.

Alba corrió a saludar a la madre de su amiga y le presentó a su hermana y sus primos Gorka, Héctor e Igor.

-¡Estamos todos!, dijo Alba muy contenta. Esto sí que es un buen regalo de Primera Comunión. Gracias, Dundy.

En aquel momento, Grimorio dio una palmada que resonó como un tambor.

Todo el mundo miró asombrado hacia él.

-Queridos niños: ¿Cómo ha sido el viaje hasta Duendilandia?

-¡¡¡Muy divertido!!!

                                                                                       Capítulo XIII

PASEO TURÍSTICO

Grimorio se acercó al Gran Duende Emérito y le presentó a su amigo humano, Juan Tamariz.

El Gran Duende se puso muy contento porque las noticias decían que, siendo Tamariz un terrestre, había conseguido trucos incapaces de ser descubiertos por los mismos profesionales de Duendilandia.

-¿Qué sorpresa tenéis preparada para estos niños de Bilbao?, le preguntó Juan.

-Les daremos una vueltecita turística por el Lago Sagrado, que es muy espectacular.

Y hacia el lago se dirigieron todos en procesión.

La primera que llegó fue Alba, acompañada por Dundy y su hermano Fok, que se había vuelto muy galante.

Al llegar a la orilla, Alba se introdujo tan decidida en el agua-que-no-moja.

-¡Que te vas a estropear el vestido tan bonito de Primera Comunión!, le gritó Lucía aterrada.

Alba se echó a reír. Ella sabía que saldría tan seca como antes de entrar.

-Atrévete, Lucía, animó Dundy.

Lucía, Gorka, Héctor, el pequeño Igor y todos los niños que habían llegado al mágico país gracias a los globos de helio, comenzaron a jugar en el lago sintiendo que el frescor del agua no mojaba sus ropas.

Cuando estaban haciéndose bromas, se acercó a cada niño una mariposa gigante, atada por un lazo de seda a un pétalo de flor, invitando a los turistas a un delicioso paseo por los alrededores.

Se formaron tres largas filas de carrozas verdes que serpenteaban entre las burbujas de colores que aparecían de vez en cuando entre las olas.

Cuando se acercaban a cada una, la mariposa daba un brinco y entraban en la burbuja, que parecía una estrella de cristal llena de luz.

Hay que tener en cuenta que en Duendilandia todas estas cosas ocurren de noche, por lo que los destellos son mucho más sorprendentes que si fuera de día.

Tanto entraban y salían los niños, que el lago sagrado se había convertido en una gran pista de fuegos artificiales.

¡Qué guay!, decían todos.

                                                                                                CAPÍTULO XIV

BURBUJAS CON NIÑOS DENTRO

Mientras tanto, los padres, los abuelos, los tíos y todas las personas mayores estaban tan distraídas pensando que aquel mago tan famoso llamado Juan Tamariz, era buenísimo.

Hasta era capaz, con sus magias , de llevarse a los chiquillos lejos, para que ellos pudieran charlar a sus anchas.

Al oscurecer los mayores empezaron a preocuparse porque aquel truco les parecía un poco largo: todos los niños, menos algún bebé, que estaba en su cochecito, habían desaparecido totalmente.

Avisaron a la recepción del restaurante para que hicieran volver a sus niños ya que había que irse a casa.

-No sabemos dónde están, les contestó el mâitre.

-¿Cómo que no saben dónde están?, dijeron los padres acongojados.

-No. Desde que subieron con los globos de helio, no les hemos vuelto a ver.

-¿Los globos de helio?

-¿Es que no saben ustedes que el helio es un gas que, si se introduce en un globo, se escapa de la Atmósfera para siempre?

-¿Es posible?

-¿Y qué pasa con el helio?

-No se sabe: tal vez aparezca a varios años luz de distancia en el Universo.

-¿Se habrán perdido nuestros hijos en el espacio?

-¿Pero este truco no lo habían hecho otras veces?, insistían los mayores.

-El truco de los niños que suben al cielo es nuevo, repetían en dirección.

Avisaron a la policía que entró en el camerino de Juan Tamariz.

¡Tampoco estaba allí!

¡Había huido con los chiquillos!

Inmediatamente saltó la noticia a los telediarios: Un mago malvado había hecho desaparecer a un centenar de niños de Bilbao, reunidos para celebrar la fiesta de la Primera Comunión,

La noche se iba acercando.

La Luna llena apareció tras las montañas.

Las madres lloraban pensando que aquel malvado mago se había llevado a sus hijos para siempre.

La sirena de los bomberos avisaba a todo el mundo para que desalojaran el terreno, no fuera a ocurrir una catástrofe.

El alcalde apareció para dirigir la operación.

La policía buscaba a Tamariz por todos los rincones.

Olga, la madre de Alba, lloraba tanto que pensó que las lágrimas le estaban creciendo como pompas de jabón.

Sintió que esas lágrimas enormes le caían al suelo, y en ellas, aparecían sus hijas queridas, a las que creía desaparecidas para siempre.

Los mayores lloraban tanto, que confundieron las burbujas que resbalaban por los rayos de Luna con sus propias lágrimas.

No se dieron cuenta de que, en Duendilandia, se había organizado la operación regreso, dirigida por don Cuadrilátero, que para eso es el jefe del Lunipuerto.

Cada niño bajaba, como en un tobogán mágico, envuelto en la burbuja del agua-que-no-moja-, para que no le ocurriera una desgracia por el camino.

¡Yiiiii!

Cuando llegaban a Tierra, al poner los pies en el suelo, explotaba la burbuja en un haz de luz de colores dejando perplejos a los familiares, que corrían a abrazarles.

El último en llegar fue el mago Juan Tamariz.

Se quitó el sombrero verde.

Lo ató al último rayo.

Y el sombrero comenzó a ascender

hasta

el otro lado del Rayo de Luna.    

Bilbao, 8-8-2011