MARIO Y EL BARCO PIRATA

Bilbao ,Primavera 2007

Para mi sobrino Mario.

 

 

Había una vez un niño llamado Mario. Era un niño muy listo y muy valiente.

Mario vivía en Madrid que es una ciudad muy grande.

En Madrid había de todo, que para eso es la capital de España.

Bueno, de todo no: en Madrid no había mar.

Y a Mario le gustaba mucho el mar.

Él lo veía cuando iba a Plencia, en Vizcaya, a casa de la abuela.

Y se bañaba y jugaba con las olas del mar Cantábrico.

Como le gustaba tanto el mar, Mario decidió ser pirata.

Pero pirata de verdad. De esos que van en un barco de vela a buscar tesoros.

Así que, cuando creció, se fue a un colegio para piratas.

Allí estudió todo lo que tenía que saber:

-estudió todos los mares del mundo.

-y todos los planos secretos para buscar tesoros

-y aprendió a manejar el timón de un barco

-y a izar las velas para que el viento les llevara hasta la isla secreta.

Y, cuando Mario terminó la carrera de pirata se compró un loro verde, que era un parlanchín, para que le hiciera compañía en el barco.

El Loro aprendió a decir:

“tesoro”, “tesoro”

Y se fue a Plencia a esperar que llegara por allí algún pirata famoso que le quisiera enrolar en su tripulación.

Y no llegaba ninguno.

Entonces, se compró un catalejo para mirar lo más remoto.

Hasta que un día, vio aparecer un barco precioso, con velas blancas.

Cuando el barco llegó al puerto, notó Mario que no llevaba la bandera negra con la calavera, que tenían los barcos piratas.

Y Mario se subió al barco un poco inquieto.

En cuanto llegó a bordo, un viento muy fuerte le transportó al centro de los mares.

Mario se puso un poco nervioso.

En el barco no había marineros.

Solamente un Mono que le miraba fijamente.

Mario pensó que se podía formar una tripulación con el Loro y el Mono.

Él sería el capitán.

El barco comenzó a navegar solo.

Al poco tiempo, las olas tenían más de cincuenta metros de altas. Parecía que se iban a tragar la nave.

¡¡¡Era un barco pirata mágico!!!

Pero Mario, que había aprendido las artes de navegar, manejó el timón y tiró de los cabos con mucha maestría hasta que consiguió salir de la tormenta.

El Mono le ayudaba.

El Loro revoloteaba por entre las velas.

Después de muchos días en el mar estudiando las cartas de navegación, llegó a la Isla del Tesoro.

Mario quería encontrar el tesoro para hacerle un buen regalo a su mamá, a la que tanto quería.

Cerca de una cala echó el ancla.

Y se acercó nadando hasta la orilla.

El Loro iba volando.

Sacó de una bolsa de plástico, muy bien cerrada, el plano que había encontrado en el camarote del capitán.

En el plano decía que había que dar diecisiete pasos al Este de la palmera tronchada.

No veía ninguna palmera rota.

Se puso un poco triste.

Hasta que el Mono, le tiró un coco en la cabeza.

Miró hacia arriba y se dio cuenta de que el Mono estaba subido en el tronco de una palmera.

¡¡¡ La palmera del plano !!!

Entonces el Mono, de un salto, se subió en el hombro de Mario.

Pero se hizo de noche y no podía acertar dónde estaba el Este.

Tuvo que esperar a que saliera el sol, al día siguiente.

Al amanecer, Mario dio los diecisiete pasos hacia el sol y vio que allí había una piedra muy grande.

No podía moverla.

Miró al Mono con tristeza y éste le ayudó a levantar la roca.

¡¡¡Allí estaba el cofre del tesoro!!!

El Loro aleteaba de alegría.

Y decía continuamente: “tesoro”, “tesoro”.

Cuando abrió el cofre, muy emocionado, se sorprendió al comprobar que solamente contenía un frasco con una pócima verde.

Mario se quedó muy decepcionado.

Pero no dijo nada.

El Mono, agarró el frasco, lo abrió y se bebió todo su contenido.

¡¡¡Entonces se convirtió en un príncipe!!!

-¿Quién eres?, le preguntó Mario.

-Soy el príncipe Arambol de Arambolandia, que fui embrujado por un mago y convertido en mono hasta que me liberara un pirata bueno y valiente.

-¿Yo soy un pirata bueno y valiente?

-Sí, dijo Arambol. Por eso me has librado del hechizo.

Entonces, Arambol, dio tres palmadas y se encontraron en la cubierta de barco pirata.

En muy poco tiempo, el viento les transportó a Plencia donde les estaba esperando todo el mundo con los pañuelos al viento.

Cuando desembarcaron les saludó la banda de música y el Alcalde les acompañó hasta el Casino donde estaban papá, mamá, la abuela Maica, el tío Luis y la tía Mariví.

Mario quiso presentar a su familia al príncipe Arambol, pero éste había desaparecido.

Le había dejado un mensaje en el plano del tesoro:

“Mario: el mejor tesoro que puede tener un chico, que ya es listo y valiente, es el cariño de su familia”.

Era el regalo del príncipe agradecido.

Entonces, el Loro que había estado callado toda la fiesta se puso a aplaudir con sus patitas… en las que había una sortija con una perla enorme… mientras repetía:

“Tesoro, tesoro”.

Y colorín colorado

el cuento del pirata Mario

se ha acabado.