EL ZAPATO GLOTÓN

Cuento de Navidad para Michele

Michele no dejaba de asombrarse mirando la cabalgata de los Reyes Magos.

Su papá, Fabio, lo había subido al hombro para que pudiera contemplar desde lo alto la impresionante carroza de Melchor, el Rey viejecito de barba blanca que, vestido con una túnica dorada arrojaba chucherías a los chiquillos.

– No te muevas, le decía papá.

– Es que este zapato se está comiendo el calcetín.

– Tendrá hambre, le dijo sonriendo el padre.

Luego llegó Gaspar, más joven y dinámico, haciendo cabriolas en un caballo blanco y llenando la calle de estrellitas de colores. Porque Gaspar, además de Rey, no olvidemos que era también Mago.

-Si sigues así te vas a caer.

Y Michele tiraba hacia arriba del calcetín de rayas que le había regalado la abuela Mari Toñi.

Al fin llegó Baltasar.

A Michele le gustaba mucho Baltasar con su turbante turquesa y aquel rubí grande como un tomate brillante que lanzaba reflejos cuando movía su mano con parsimonia oriental.

Luego, cuando comenzaron a desfilar los rebaños de corderos y las legiones romanas, papá dejó al niño en el suelo.

Michele volvió a llevar la mano a su pie derecho. Era la primera vez que se enfrentaba a un zapato dispuesto a comerse a un calcetín.

Cuando llegaron a casa no se veía ni siquiera el elástico.

-Traes el pie helado, mi vida, le decía mamá Eugenia, mientras sacaba el zapato con el calcetín dentro.

Pero Michele, que era un niño muy curioso, quería saber qué había pasado con el calcetín.

Después del baño se fue derechito al zapato glotón y no vio nada dentro.

Era necesario dejar los zapatos a punto para colocarlos junto a la ventana antes de la media noche. Si no, los Reyes pasarían de largo por la casa de los abuelos; porque como él era italiano y no figuraba en el censo de los niños de Limpias, se les podría olvidar.

Aunque se lo había dejado muy claro en la carta que les había escrito en un español correctísimo.

Que para eso su mamá era profesora de castellano y le había ayudado.

Michele introdujo los dedos en el zapato, al parecer vacío. Metió la mano, la muñeca, el codo, el hombro… y, sin saber cómo, se encontró dentro del zapato.

Michele se dio cuenta enseguida de que se trataba de un zapato mágico, claro.

El zapato mágico estaba iluminado y, en el centro se encontraba un duende de largas orejas verdes y sonrisa picarona.

-Michele, le dijo: has hecho trampa enviando a los Reyes Magos una carta con la dirección de Limpias, porque tú vives en Venecia. Y los Reyes solo les traen regalos a los niños españoles.

-Yo soy de Italia y soy de España, contestó el vivaracho chiquillo.

-¿Dónde te gustaría estar siempre?

-En los dos sitios, contestó el niño.

Pues en los dos sitios podrás estar. Siempre que quieras venir a ver a tus abuelos de Cantabria, no tienes más que meterte en este zapato y tirar tres veces del cordón diciendo: ¡A Limpias! Cuando quieras ver a tus abuelos italianos, te metes, tiras de la cuerda y dices: ¡A Venecia!

Porque no olvides que los zapatos sirven para viajar.

Y, ahora, muévete lentamente hacia atrás para salir de aquí, que tu madre te anda buscando.

Michele salió despacito, se sentó en la mesa a cenar y después de dejar brillantes sus zapatos, los colocó en la ventana.

Cuando, a la mañana siguiente, acudió presuroso a ver qué le habían echado los Reyes, vio asomado de su zapato derecho un simpático duendecillo con las orejas verdes.

Michele le sonrió.

El duende le contestó guiñándole un ojo.

… y colorín colorado.