CAPÍTULO I

       DUENDILANDIA

Dundy vivía felizmente en Duendilandia, el país de los duendes rodeada de su numerosa familia.

Aquel invierno había sido extremadamente duro y la mamá duendesa no le había permitido a ninguno de sus hijos bajar a hacer travesuras durante las fiestas de Navidad a las casas de los humanos, en el Planeta Tierra.

Dundy ya estaba acostumbrada a ver a sus hermano Fok y a sus primos agarrarse a un rayo de la Luna y deslizarse por él hasta quedarse en el alféizar de una ventana sin luz.

Si la ventana hubiera estado iluminada y les hubieran sorprendido los humanos, ellos habrían perdido todos sus mágicos poderes para siempre.

¿Y qué podría ocurrir con un duende pequeño y esmirriado si no podía hacer rabiar a los niños y a sus padres?

Pero Dundy, que también tenía poderes, a pesar de ser una chica, se había enterado por los comentarios de los otros duendes, que en la Tierra las niñas tenían los mismos derechos que los niños y podían hacer los mismos trabajos que ellos.

-Mamá, le dijo muy decidida a doña Borlita, ¿Por qué no puedo bajar yo también con mi hermano a divertirme un poco haciendo rabiar a los niños?

-¡Qué cosas tienes, chiquilla! le contestó la madre malhumorada. Tu hermano es duende; tus primos, tu padre, tus tíos y tus abuelos son duendes también: a ellos les corresponde hacer los viajes que alteran las vidas de los humanos para hacerles discurrir… nosotras no somos más que mujeres… somos duendesas.

-¡Anda… y te parece poco ser duendesas?

-Nuestra misión es velar por los varones y hacerles los hechizos para que no les ocurra nada malo en su correrías.

-¿A las chicas no nos hacen efecto los sortilegios mágicos?

-Igual que a los chicos, naturalmente. Pero estaría muy mal visto que una duendesita se deslizara por los rayos de la Luna como un duende.

-¿Es por eso?… Pues te aseguro que no pasa nada… y, además es muy divertido.

-¿Cómo lo sabes? le preguntó la mamá duendesa mirándola fijamente a los ojos.

-… Es… que… ya he bajado a la Tierra.

-¿Qué ya has bajado?… ¿Y cuándo?

Fuu…e en la Noche de san Juan, el año pasado, contestó Dundy temblándole las piernas… No se enteró nadie.

La mamá duendesa no dijo nada, pero le echó a su hija una mirada que equivalía a un mes sin salir de paseo.

Cogió a Dundy de la mano y se la llevó despacio hasta la puerta de su casa.

Allí se pusieron juntas a contemplar a la Luna y observaron cómo duendecillos de otras familias comenzaban su ruta nocturna deslizándose por los rayos de luz, bien apretados entre las rodillas para no caerse, como si fueran bomberos de juguete.

Naturalmente que Borlita era un apodo que hacía referencia a sus redondeces. Se lo pusieron de niña y ella misma terminó adoptándolo. Y no sólo no se enfadaba cuando alguien la llamaba así sino que decidió sacar partido de sus gorduras y aprendió a bajar las escaleras dejándose rodar por ellas.

Doña Borlita era una duendesa no más alta que un teléfono móvil, lo mismo que su hija Dundy. Pero Dundy era flacucha y descolorida.

También ella había aprendido los trucos que le proporcionaba su figura y, como era tan delgadita, cuando se apretaba junto a una pared o un árbol, pasaba desapercibida, y su falta de color le servía para camuflarse mejor.

Doña Borlita, mujer al fin, comenzó a considerar las absurdas razones que discriminaban a las mujeres duendesas.

¿Por qué no podían bajar ellas a la Tierra?

Eso no era justo.

 CAPÍTULO II

CARNAVALES

Una nube ocultó el rayo de Luna por el que descendían los duendecillos y la mamá le dio un apretón de mano a su hijita.

Ambas se miraron con complicidad.

Muy despacito, y aprovechando la oscuridad de otra nube, sin que las vieran los duendes varones, madre e hija se agarraron al rayo lunar y resbalaron, resbalaron, hasta encontrarse en medio de una ciudad en vacaciones.

Doña Borlita estaba preocupada pensando en el escándalo que se organizaría en Duendilandia cuando notaran su ausencia.

Dundy era feliz.

Aquello de bajar a la Tierra era una experiencia magnífica sobre todo si, además, la acompañaba su mamá.

Así que se cogieron de la mano y se decidieron a explorar el terreno.

La plaza en la que habían aterrizado estaba llena de luces y de ruidos.

Por todas partes había cuadrillas de gente vestida con ropas de colores y con la cara pintada.

Dundy se preguntaba si no se habrían equivocado de planeta porque en la Tierra, la gente no era tan extraña.

-Es que son Carnavales, le dijo la mamá.

-Y eso que es?, preguntó Dundy

-Es una fiesta muy divertida en la que la gente se viste con los disfraces más disparatados.

-Ya veo. Pensó Dundy, contemplando un muchacho vestido de espantapájaros que iba del bracete con un bocadillo de salchichón de tamaño descomunal. ¿Puedo usar mis poderes?

-Pero no abuses. Que te conozco, dijo doña Borlita.

En aquel momento, una bailarina de ballet, que iba en el desfile dando vueltas y más vueltas, perdió el equilibrio y casi pisa a nuestra duendesita que tuvo que dar un gran salto para no ser aplastada por la danzante.

Si apenas darse cuenta, Dundy apareció dentro de la corona de una niña vestida de princesa que se pasaba por la calle con su abuelita.

¡Ay!

Dundy, muy asustada, se asomó por la corona que parecía una barandilla de oro.

Miró a todas partes y no encontró a su mamá.

Pero Dundy no se preocupó porque sabía que su madre, que era duendesa, sabía volver a su país trepando por otro rayo de Luna.

Y doña Borlita tampoco se preocupó por Dundy porque sabía lo lista que era.

Así que cogió el rayo ZC-27, que estaba libre en ese momento, y se fue a casa a preparar la cena

CAPÍTULO III

AMIGAS DEL ALMA

Cuando Alba llegó a casa estaba muy satisfecha de lo bien que se lo había pasado en el desfile de Carnavales.

Ella iba vestida de princesa, con un vestido precioso de color rojo con adornos dorados y mucho vuelo.

Su hermana Lucía, que era pequeñita, llevaba un disfraz de chinita.

   Al llegar a casa estaba muy cansada y quiso acostarse pronto.

A ella le hubiera gustado más dormir en casa de la abuela Domy, porque se lo pasaba muy bien escuchando los cuentos que ésta le contaba al irse a la cama. Pero aquella noche estaba tan cansada que no necesitaba cuentos.

Dejó la ropa de la fiesta sobre la silla y, encima de todo colocó la corona, en la que iba, bien agarrada nuestra amiga duendesa.

Apenas cerró los ojos notó que alguien se le acercaba y le tiraba del pelo.

-Tengo sueño, dijo.

Pero una mano traviesa le seguía haciendo bromas.

-¡Que me dejes dormir!

Y, entonces, se encendió la luz de la habitación.

Alba se sentó en la cama de muy malas pulgas y se frotó los ojos.

No podía creer lo que estaba viendo.

¡Oh!

Frente a ella, dando volteretas , había una criaturita no más grande que la palma de su mano.

Tenía un vestido de flores azules y el pelo rizado.

Sus ojos eran redondos como monedas y las orejas terminaban en punta.

-¿Y tú quién eres?, dijo la niña.

–Soy Dundy. Una duendesa que quiere hacerse amiga tuya.

-¿Y para eso me has despertado? Tengo mucho sueño.

-Es que yo no puedo trabajar más que por la noche. Durante el día tengo que estar oculta. ¿Es que no quieres ser mi amiga?

-Claro que quiero. Pero explícame quién eres y que haces aquí.

Y Dundy le explicó a Alba, con pelos y señales, que ella era una duendesa exploradora, que había aterrizado en Bilbao para convivir con una niña y aprender cómo se vivía aquí.

A Alba se le quitó el sueño escuchando las aventuras de Dundy.   Cuando se lo contara a sus amigas del colegio seguro que no se lo iban a creer.

Aquello era mucho más maravilloso que toda la fiesta de Carnaval.

Alba estaba muy contenta de tener una amiga mágica. Y, después de mucho rato, decidieron que podrían dormir juntas.

-¿Me dejas que te abrace?

Y se durmieron abrazaditas las dos

CAPÍTULO IV

DUNDY PELUCHE

A la mañana siguiente, Alba se despertó muy pronto sin saber si aquello que le había ocurrido había sido un sueño o una realidad.

Y lo único que encontró entre sus brazos fue una muñequita de trapo, medio descolorida.

Y pensó: ¿De dónde ha salido?

Enseguida se dio cuenta de que era Dundy, transformada en muñeca porque le estaba dando la luz del sol

Decidió guardar el secreto y no contárselo a nadie.

Metió la muñeca de trapo en su mochila y se la llevó al colegio.

Pero no se lo contó ni a su mejor amiga……

Cuando llegó el recreo, Alba cogió la muñeca de trapo a la vez que la manzana que le había puesto la abuela.

Le gustaban mucho las manzanas. Sobre todo las Golden.

Una niña le preguntó.

-¿De dónde has sacado esa muñeca tan birriosa?

-¿Birriosa? ¿De verdad que te parece birriosa?

-Es que está descolorida. Como que fuera vieja.

Entonces, Alba se acordó de que Dundy le había dicho que las duendesas vivían cientos de años, y respondió :

-Creo que tiene mil años.

– ¡Anda ya!, le dijeron las amigas.

Y no le hicieron ni pinta de caso.

Cuando volvió a casa por la tarde y desocupó la mochila, su mamá le preguntó.

-¿De dónde has sacado ese peluche tan pequeño?

-De casa de la abuela, mintió Alba.

Y no dijo más.

Porque no quería contarle a nadie su secreto.

Así que esperó con ansiedad que se hiciera de noche para que Dundy pudiera recobrar su vida mágica.

Y tenía tantas ganas de volver a hablar con su amiga duendesa que ni se quedó a ver los dibujos animados.

Lo que no podía sospechar la buena de Alba es que su hermanita Lucía entrara en su cuarto a darle la lata.

-Déjame sola, le dijo amablemente.

Pero la niña no comprendía qué es lo que le podía suceder a Alba, que siempre jugaba con ella.

Y se echó a llorar.

Entonces, Alba, que era tan buena, le dio a su mejor muñeca para que se callara.

-No. Ésta, no.

-Toma esta otra.

-Tampoco, dijo la niña.

-¿Cuál, entonces?, preguntó Alba

-Quiero ésta, dijo, cogiendo a Dundy.

-No. Ésta no se puede coger.

Y Lucía se echó a llorar con todas sus fuerzas.

Tanto lloró y berreó, que mamá tuvo que acudir a la habitación muy enfadada.

-¿Qué pasa aquí?

Y vio que las dos niñas se peleaban por la muñequita de trapo.

-Esto lo soluciono yo rápidamente, dijo mamá.

Y cogió a Dundy y la colocó encima del armario del salón.

Así que nuestra amiga Alba, se tragó la saliva sin decir nada y no dejaba de mirar hacia arriba insistentemente.

Mamá acostó primero a Lucía porque era la más pequeña.

Cuando Alba se iba a la cama, le dijo bajito a mamá.

-Mami, ¿por qué no me dejas dormir con la muñeca de trapo?

-Porque no. Hasta mañana no se cumple el castigo por pelearse.

Es que mamá Olga tiene mucho carácter.

Así que Alba se fue a la cama en silencio.

Y no podía dormirse.

Pero, al poco rato de estar con la luz apagada notó que alguien le hacía cosquillas en las pestañas.

Abrió los ojos rápidamente.

¡¡¡Allí estaba su amiga Dundy!!!

-¿Cómo has bajado del armario?, le preguntó.

-¿Olvidas que soy duendesa?

Y las dos se echaron a reír con todas las ganas. Así se pasaron un buen rato.

Pero Alba no estaba acostumbrada a trasnochar, y ya llevaba dos noches de jarana.

Cuando se cayó de sueño, su amiga Dundy, le dio un beso y se salió a explorar los alrededores

     CAPÍTULO V

ZAPATOS ORDENADOS

Cuando se durmió Alba, Dundy, salió de la habitación para inspeccionar la casa.

-¡Qué desordenada es esta gente! -Pensó Dundy , mirando los zapatos- Colocan siempre uno del derecho y otro del revés. Yo los pondré todos del derecho…  

Y con un parpadeo triple, que es como ella hacía sus hechizos, todos los zapatos de la casa se volvieron del mismo pie.

A la mañana siguiente, con las prisas del desayuno y de preparar la mochila para ir al colegio y al trabajo, nadie se dio cuenta de que se había puesto dos zapatos iguales.

Durante todo el día, la familia empezó a sentir molestias en el pie izquierdo, que es el que llevaba el zapato cambiado.

Cuando llegaron a casa, tenían unas ganas enormes de ponerse las zapatillas.

-Ay, dijo mamá, qué ganas tengo de descalzarme.

-Y yo, dijo papá.

-Y yo, dijo Alba.

-Los zapatos nuevos me hacen pupa en el pie, dijo Lucía.

Cuando papá fue a descalzar a la pequeña, se dio cuenta de que los dos zapatos de la chiquilla eran iguales:

¡Los dos eran del pie derecho!

-Es natural que la nena esté dolorida, le dijo a la mamá. En la zapatería me han metido dos zapatos del mismo pie, en la caja. Tengo que ir a quejarme.

-Pues los zapatos míos tiene más de un año, y también son del mismo pie, dijo muy fastidiada la mamá

-Y los míos, dijo Alba.

Entonces, mamá se fue como un rayo a comprobar qué les ocurría al resto de los zapatos y se quedó estupefacta al descubrir que en toda la casa no había zapatos más que del pie derecho.

¡Caramba!

-Aquí pasa algo. Esto parece cosa de brujas.

-O de duendes, dijo Alba, medio bajito.

Porque Alba, que es muy, pero que muy lista, se dio cuenta de que el cambio de los zapatos era cosa de Dundy, y no quería chivarse.

-Ya verá ésta, cuando sea de noche, pensó Alba.

Así que cenó rápidamente y se quiso ir a su cuarto para encontrarse a solas con la duendesa, que les había hecho esta jugarreta.

Dundy Peluche, estaba colocada sobre la cama y Alba cerró la ventana para que la duendesa se fuera volviendo a la vida.

En cuanto encendió la luz, Dundy comenzó a desperezarse y le dirigió a Alba la mejor de sus sonrisas.

Alba no tenía ganas de bromas y la miró con cara de mucho enfado.

-¿Qué te pasa?, le dijo Dundy.

-¿Qué que me pasa?, ¿Tú sabes la que has armado con los zapatos?

-¿Qué zapatos?… encima de que anoche os los estuve igualando y colocando con orden…

-¿Cómo que igualando?

-Sí. Porque todos, lo que se dice todos los pares de zapatos, estaban mal hechos.

-No estaban mal hechos, dijo Alba.

-Sí, afirmó Dundy: uno miraba para la derecha y otro para la izquierda.

-Claro, dijo Alba, lo mismo que los pies: uno mira para la derecha y otro a la izquierda.

-¿No me digas?, ¿eso os pasa a los humanos?… ¡Los duendes tenemos los dos pies iguales!

Y, efectivamente, Dundy le enseñó a Alba sus dos pies, que eran absolutamente iguales y miraban al frente.

-¡Qué metedura de pata!, dijo, Dundy.

– Pues ya puedes solucionarlo. En cuanto se acuesten los papás tienes que volverlos a su estado.

– No hace falta, dijo Dundy, haciendo con rapidez el parpadeo triple. Ya está resuelto.

En esto, entró mamá al cuarto de Alba para apagarle la luz y le colocó los zapatos en su sitio.

-¿A ti también te hicieron daño los zapatos todo el día, hija?

-Poquito, contestó Alba.

-Porque estos están bien, cada uno es de su pie, dijo mamá un poco mosqueada.

Y le dio un beso y se fue a comprobar cómo estaban los demás zapatos de la casa.

¡¡¡Todos los pares de zapatos tenían uno del pie derecho y otro del pie izquierdo!!!

-Debe ser cosa de duendes, como dice Alba… Y se fue a dormir.

CAPÍTULO VI

VIAJE A DUENDILANDIA

-Mañana es mi cumpleaños, le comentó Alba a Dundy.

-¿Te cortarán las uñas?

-¿Por qué me van a cortar las uñas?, dijo Alba sorprendida.

-Porque en Duendilandia, cuando es nuestro cumple nos cortan las uñas en una reunión familiar y se arrojan los trocitos de uña al Lago Sagrado para que tengamos mucha suerte.

-Aquí nos cortamos las uñas solamente cuando están largas.

-Y, ¿cómo celebráis los cumpleaños?

-Nos hacemos regalos. Y tenemos merendolas con los amigos y con la familia, dijo Alba.

-¿Y no tenéis Lago Sagrado? … Es precioso… te puedes meter en el agua sin mojarte la ropa… y los peces se dejan coger… y si tocas una música especial, salen las sirenas a bailar contigo .

-¡Qué bonito!, dijo Alba. Me gustaría conocer tu Lago Sagrado.

-¿Quieres que te lleve?

-¿Podrías hacerlo?

-Solamente en una noche especial, como la de tu cumpleaños. Pero tendrías que ir a mi país.

-¿Me llevarías?

-¿Te atreverías a atarte a un rayo de Luna?

-Claro que sí, dijo Alba entusiasmada. Pero yo no sé trepar.

-No te preocupes. También hay rayos automáticos, que te suben sin esfuerzo.

Entonces, Dundy abrió la ventana y esperó que entrara algún rayo de Luna.

– Vamos a esperar un rato. Los rayos que están entrando ahora son los MG-0-34 y son tan delicados que no resistirían tu peso.

Y Alba se quedó mirando los rayos de Luna.

-¿No son todos iguales?, preguntó.

-Ni mucho menos: cada uno tiene una función. No son iguales los rayos que sirven para bajar, que los que son para ascender.

Y Alba seguía mirando.

-¡Ya los tengo!, dijo Dundy, alargando la mano y agarrando dos hermosos y fuertes rayos de plata.

Dundy se colgó del rayo JC-78 y le colocó a su amiga el rayo JC-79 atándoselo a la cintura.

-Dale otra vuelta, no te vayas a caer… Y agárrate con las dos manos, dijo Dundy.

-Ya estoy bien agarrada.

-Cierra los ojos .

Y Alba cerró los ojos con todas sus fuerzas.

Comenzó a sentir un cosquilleo por todo su cuerpo mientras el rayo de Luna se iba encogiendo y encogiendo, hasta que sintió en la cara una dulce claridad.

-Ya puedes abrir los ojos, le dijo Dundy.

Cuando Alba abrió los ojos se quedó maravillada.

-¡Oh!, dijo. ¿Qué es esto?

-Es Duendilandia, contestó su amiga.

Y le desató el rayo de Luna ZC-79, que le apretaba la cintura.

Y al soltarse del rayo, Alba notó que se había vuelto pequeñita como su amiga.

¡Las dos tenían el mismo tamaño!.

Dundy le dijo que si se hubiera quedado de su tamaño natural , los demás duendes se podrían asustar.

Alba se tocaba la ropa.

¡El pijama y las zapatillas también habían encogido!

-¡Qué guay!, pensó.

Y se puso a mirar alrededor.

-Pero…¡si parece de plata!

Es que en este país, nos iluminamos con la Luna, que siempre está llena. Cuando está luciendo la Luna es nuestro día.

-¿Y no tenéis noche?, preguntó Alba muy intrigada.

-Claro, dijo Dundy, cuando sale el Sol, como nos adormece, nos acostamos, y entonces es nuestra noche.

-O sea, que vivís al revés que en la Tierra, confirmó Alba.

– Más o menos, dijo la duendesa echándose a reír a carcajadas

Cuando los demás habitantes de Duendilandia oyeron las risotadas de Dundy, acudieron en tropel a saludarla.

Todos querían besarla.

Todos querían tocarla.

Todos hablaban a la vez.

Y Dundy se ponía muy ufana porque era la primera duendesita que había bajado hasta la Tierra.

Hasta la directiva de la asociación “Duendesas por la Igualdad” se acercó a felicitarla y le pusieron la medalla de “Duendesa Pionera”.

A partir de su hazaña, también las duendesas bajarían a la Tierra lo mismo que los duendes.

Sus amigas la miraban con envidia.

Hasta que llegó la mamá Borlita.

Estaba un poco enfadada.

-Te has pasado un pelín, hija- dijo dándole un beso-. Bajaste para los Carnavales y ya estamos en mayo. Nos tienes muy disgustados.

-Es que he encontrado una amiga del alma, dijo Dundy señalando a Alba.

-¿Y te has atrevido a traerla a nuestro mundo secreto?, dijo la mamá , mirando a la niña.

Alba temblaba de miedo.

-Solo hoy, porque es su cumple, mami.

La llevaremos al Lago Sagrado, dijo doña Borlita, cogiendo a Alba de la mano.

Doña Borlita era cómplice de Dundy, claro.

CAPÍTULO VII

CUMPLEAÑOS FELIZ

En Duendilandia no habían recibido nunca una visita de la Tierra.

Como Alba es tan bonita, los duendes pensaban que se trataba de una princesa.

Menos mal que acudía Dundy para sacarla de apuros.

Todos querían saber cosas de Alba.

Y Dundy les contaba que vivía en Etxebarri,

Que tenía unos papás que se llamaban Víctor y Olga.

Que su hermanita se llama Lucía.

Que le gustaba mucho ir al colegio.

Que sus abuelos la querían mogollón.

Y que era una niña feliz.

Hasta que llegó doña Borlita, con unas tijeras de oro, dispuesta a cortarle las uñas.

Le cortó las uñas de las manos y las de los pies, en trocitos muy chiquitines.

Los duendes y duendesas hicieron corro y cantaron una canción muy dulce, mientras Borlita cortaba y Dundy recogía los trocitos de uña en un plato de cristal .

Ahora… ¡vamos al lago!

Dundy cogió de la mano a su amiga y comenzaron una procesión con todos los habitantes de Duendilandia en dirección al mágico lugar.

¡Allí estaba el Lago Sagrado!

Tras un triple pestañeo de doña Borlita, todo el mundo se quedó descalzo.

Al llegar al Lago no se detuvieron en la orilla sino que siguieron caminando por el agua de color rosa.

Plof…plof…, hacían sus pies al pisar el agua que no mojaba.

Alba andaba muy despacito, pensando que en cualquier momento se iba a hundir.

¡Pero no se hundía!

A ella no le preocupaba el agua porque nadaba estupendamente.

Que para eso pasaba las vacaciones en Noja.

Al llegar al centro del lago… surgió un chorretón de agua verde, que se fue abriendo mientras caía y se convirtió en un sillón de cristal, resplandeciente como una piedra preciosa.

Siéntate, le dijo doña Borlita.

Y Alba se sentó en el sillón esmeralda, muy emocionada.

Dundy le acercó el plato con los trocitos de uña.

-Arrójalos al lago, le dijo su amiga.

Alba la obedeció.

Cada trocito de uña, al saltar al aire, se convirtió en una mariposa que revoloteaba alrededor del grupo.

-Ahora, tira el plato, le dijo Dundy.

… Y el plato, al caer, se transformó en una nube de flores blancas, que cubrieron el lago como si hubiera nevado.

Inmediatamente, cada duende se subió a una flor.

Y las mariposas se engancharon a las flores y comenzaron a pasearles por el lago que parecía una pista de patinaje.

Hasta que se quedaron en corro rodeando a Alba

¡Aquello parecía un sueño!

Y le cantaron a Alba la canción de “Cumpleaños Feliz” en castellano, en euskera y en lenguaje duendil, que era el más bonito de todos.

Alba estaba muy emocionada.

Pero, con tantos acontecimientos, había pasado mucho tiempo .

Comenzó a clarear el sol .

Doña Borlita, hizo su triple pestañeo y todos aparecieron en su casa.

¡El Lago Sagrado y su trono de esmeralda habían desaparecido!

Comenzaron a cerrar a toda prisa las ventanas, no les fuera a entrar el sol.

-Te tienes que marchar, le dijo Dundy.

-¿Y tú no vas a venir conmigo?, dijo muy triste Alba.

-Ahora, no, dijo doña Borlita. Dundy tiene que recuperar el tiempo perdido.

-¿Y cómo vuelvo sola? Ya no queda casi Luna.

Aunque Alba era valiente, tenía miedo de no saber bajar sola. No lo había hecho nunca.

-No te preocupes. Tenemos los rayos 33-FF, que son los de las emergencias.

Y agarraron el rayo 33-FF-02, que era el que estaba de servicio, y ataron a Alba con cuidado, después de darle muchos besos.

-Recuerda que no debes abrir los ojos hasta que sientas el suelo bajo tus pies, dijo Dundy limpiándose los mocos.

-¿Volverás a la Tierra?, le preguntó Alba muy compungida.

-Más adelante. Cuando menos te lo esperes.

Y Alba se agarró fuertemente, cerrando los ojos, mientras se le escapaban dos enormes lagrimones salados.

Por eso no se dio cuenta de que las mariposas la fueron escoltando por todo el viaje.

Cuando, a la mañana siguiente, entraron los papás de Alba para felicitarla, encontraron la habitación llena de mariposas de colores.

Parece cosa de duendes, dijeron ellos.

O de duendesas, dijo Alba sonriendo.

… Y Colorín

colorado…

El cuento de Dundy

…. Se ha acabado.

Bilbao 2007

Petra-Jesús Blanco Rubio

                   l

Bilbao 12-5-2007